Todos los gobiernos reposan en la opinión, decía James Madison en sus documentos federalistas. El presidente López Obrador parece compartir ese sentir, toda vez que la opinión ciudadana o del pueblo juega un papel central en su administración.
En el marco del tercer aniversario de su triunfo electoral este 1 de julio, el Presidente presumió los resultados de una encuesta realizada por su gobierno, en la cual destacó que el 72 por ciento está a favor de que el Presidente termine su sexenio, contrastando con un 23 por ciento que prefiere que renuncie.
Tanto los porcentajes, como la estrategia de difusión de encuestas realizadas por el propio gobierno, ameritan algunas reflexiones.
No es la primera vez que el Presidente difunde encuestas para mostrar el grado de apoyo popular con el que cuenta. En mayo pasado, antes de las elecciones, el Presidente difundió un sondeo de Morning Consult, una empresa internacional, presumiendo que éste lo situaba como uno de los mandatarios mejor evaluados entre varios líderes de diversos países, con 60 por ciento de aprobación. Con ese dato descalificó los que dábamos en los medios.
En esta ocasión ya no citó la misma fuente, con todo y que los números recientes de la serie de Morning Consult han registrado alzas leves en el nivel de aprobación de AMLO. Presidencia prefirió irse con su dato propio (acaso para verse coherente ante las recientes críticas que han emanado del Presidente ante los medios de comunicación extranjeros), pero hay que tener en cuenta que esta vez no publicaron el nivel de aprobación, sino el porcentaje de mexicanos que está de acuerdo en que continúe con su mandato.
Esa pregunta no es necesariamente un indicador de apoyo al presidente López Obrador, sino al principio legal de que un presidente electo por la vía democrática (quien quiera que sea) tiene un periodo fijado por la Constitución que debe cumplirse. AMLO fue quien puso sobre la agenda la posibilidad de una consulta de revocación de mandato, la cual tendrá lugar el próximo año. El ejercicio de la consulta tiene un fin legitimador independientemente del desempeño específico de gobierno.
La pregunta de si debe o no continuar en su cargo sufre de esa ambiguedad: ¿es apoyo a un principio constitucional de cumplir un mandato en un periodo de tiempo o es popularidad? Ciertamente la pregunta de aprobación presidencial es una mejor medición de la popularidad. Y repito, de popularidad, no de evaluación de desempeño.
A ese respecto, la encuesta del Presidente también ofreció algunos datos sobre el desempeño de gobierno, y no son resultados necesariamente halagüeños: respecto al año pasado, el 15 por ciento considera que su situación económica es mejor y el 40 por ciento que es peor. Un 20 por ciento cree que la corrupción en este sexenio es mayor que en el anterior, mientras que 43 por ciento cree que es menor. Y como calificación al Presidente, los entrevistados le otorgan, en promedio, 6.7, una nota no muy destacada que seguramente evocará perspectivas del vaso medio lleno o medio vacío.
Pero más allá de los números (y de la nota metodológica, que no vi), lo notable es que nuevamente tenemos un Presidente encuestador. Lo fue en su momento la oficina de Presidencia de Salinas, la de Fox, y ahora también la de AMLO, que se asume como mensajero de la opinión pública. Por un lado está muy bien tener fuentes alternativas de información, incluidas las encuestas de opinión del gobierno. Por otro lado, es esperable, aquí y en cualquier país, que los datos de popularidad difundidos por el sujeto de esa popularidad son cuestionables por naturaleza.
La encuesta de AMLO no es un simple asunto de “cherry picking polls”, de destacar las más bonitas que publican los medios de comunicación y descartar las menos favorables. No, aquí se trata de producir sus propias encuestas y difundirlas. En un contexto de tolerancia y libertad de expresión, le veo pocos inconvenientes a esa práctica. La encuesta de Presidencia se vuelve una más en un contexto democrático con fuentes alternativas de información. Así fue con Fox: en sus propias encuestas obtenía niveles de aprobación más altos pero era una de tantas.
El problema es que con la tendencia a ver la verdad en casa y la mentira afuera, tener una encuesta oficial lleva la discusión a otros tonos. En vez de fuentes alternativas hay el riesgo de que las encuestas se vean como las verdaderas y las falsas. Como he dicho en ocasiones anteriores, lo más importante de las encuestas en la democracia es que reflejen de manera confiable las opiniones y el sentir de la población, de la ciudadanía. A eso hay que agregarle buenas metodologías, buenas prácticas, transparencia, pluralidad y mucha apertura.