El camino al 2018 ya no tiene pausas, está libre de aquí a lo que será la elección presidencial, las elecciones legislativas y otras tantas elecciones que convergen el año próximo.
El tres de junio será un Súper Domingo, un Super Sunday. El país no ha tenido hasta ahora una jornada electoral de la magnitud que nos espera el año entrante.
En los próximos meses, una pregunta central para los partidos políticos, los medios de comunicación, los comentaristas, opinólogos y muchos otros observadores será “¿quién?”
Los posibles candidatos, tanto los tapados como los destapados, los que ya se mueven y los que guardan disciplina y tiempos en sus partidos, los que alzan la mano y los que niegan, pero no se descartan, todos caben en una palabra central y dominante de la discusión política: “quién”.
Las encuestas y sus escenarios hipotéticos, los careos, que miden el apoyo que obtiene cada candidato hipotético enfrentando a otros candidatos hipotéticos, con la fuerza que da ir de puntero y el debilitamiento que provoca ir rezagado, suelen enfocarse a esa misma palabra: “quién”.
La naturaleza de 2018 se personifica en “quién”. Parece inevitable: saber quién va contra quién, quién le puede ganar a quién, quién es más apto o apta para tal o cual alianza, quién puede hacer crecer al partido, quién es más atractivo para tal tipo de votantes, quién es más vulnerable a los ataques, quién es más resistente, quién, quién, quién.
Por supuesto, “¿quién?”, es una pregunta importante, fundamental, de cálculo político. “Quién” puede ser la diferencia entre la confianza o el rechazo del electorado.
Pero debemos reconocer desde ahora que “¿quién?” no es suficiente. Y no lo es porque no se centra en los ciudadanos.
Para que las elecciones sean más que la mera personificación de la política, para que las campañas se centren en los ciudadanos, en sus necesidades, en el mejoramiento de sus condiciones de vida, en la ampliación de sus oportunidades, en la libre expresión de su diversidad, en la salvaguarda de su integridad y de su propiedad, en el mejor y más eficiente uso de sus recursos para su bienestar, la pregunta que debemos incorporar en el camino al 2018 es “¿cómo?”.
Todos los candidatos hablan de seguridad, crecimiento, empleos, transparencia, oportunidades, mejores servicios, etc. Pero la discusión que viene debe comenzar a centrarse en “¿cómo?” Esa pregunta ayudará a que las candidaturas con nombre y rostro se vuelvan candidaturas de propuesta y fondo. El objetivo no es abandonar el “¿quién?”, sino vincular “quién” con “cómo”.
No se trata de promesas (“¿qué?”), se trata de propuestas específicas (“¿cómo?”). El menú de opciones debe dar a los votantes la posibilidad de elegir no solamente entre personalidades, sino entre planes y propuestas de gobierno. Y esto no se limita a elegir entre el cambio y el estatus quo, entre el candidato del hartazgo y el candidato del continuismo, entre la honestidad y la corrupción.
Eso marca diferencia, pero queda hueco. Los candidatos (“quién”) debieran darse a la tarea de articular mucho mejor sus propuestas (“cómo”) y transmitirlas a las mentes y los corazones de los electores, de la manera como lo hacen con su propia imagen.
Sería deseable que el centro y la razón de las propuestas sean los ciudadanos. Según las encuestas, los ciudadanos tienen múltiples intereses: quieren seguridad, quieren empleos, quieren oportunidades, quieren buenos servicios de salud, de educación, menos abusos, menos corrupción, buenos gobiernos. La respuesta a todas esas demandas no puede quedarse en “quién”; es necesario vincular “quién” con “cómo”.
“¿Cómo?”, es una pregunta que se presta al debate, al contraste, a la deliberación, al fact-checking. También se presta a las descalificaciones, pero descalificar un “cómo” requiere más argumento de fondo que descalificar a “quién”.
Inevitablemente, la atención en los meses próximos se centrará en “quién”. Sería un gran ejercicio democrático que a la par se discuta “cómo” y se le vincule con “quién”.