Ayer por la tarde recibimos en El Financiero al presidente López Obrador.
Cumplió con una promesa hecha en diciembre del año pasado en la que ofreció acudir a una entrevista en La Silla Roja, en los estudios del canal de televisión El Financiero Bloomberg.
El lunes por la tarde, se comunicó para proponer que la entrevista se hiciera ayer martes y acudió puntual.
Llegó en su Jetta blanco acompañado de su coordinador de comunicación social, Jesús Ramírez sin más comitiva ni acompañamiento.
Yo he hablado con todos los presidentes de México, desde Salinas de Gortari, y no deja de asombrar el contraste que existe entre la ausencia de parafernalia de AMLO frente a lo que había sido la figura presidencial, en donde el Estado Mayor tomaba las instalaciones desde un día antes y varias decenas de personas formaban el séquito presidencial.
El presidente mantiene el humor que lo caracterizó en la campaña y del que –por cierto– carecen muchos de sus colaboradores.
Cuando fue advertido respecto al tiempo previsto para la entrevista, AMLO bromeó respecto al hablar pausado que lo caracteriza.
En el diálogo con López Obrador no hubo revelaciones extraordinarias. El ritmo intenso con el que ha informado en sus conferencias mañaneras deja poco por averiguar en una charla como la de ayer.
La conversación muestra a un presidente convencido de su proyecto, pero dispuesto a escuchar puntos de vista diferentes.
Expresa explícitamente que se siente cómodo en la polémica, que le gusta ser cuestionado pero también responder.
Supone que hay circularidad, que la investidura presidencial no da a su palabra una fuerza que crea una asimetría natural en la controversia pública.
También señala, aunque no se crea, es alguien que propicia el debate entre sus colaboradores y que escucha cuando le objetan y dice que cambia sus puntos de vista si lo convencen.
Sin precisar nombres, dice, por ejemplo, que entre sus colaboradores hubo quienes difirieron respecto a la cancelación del proyecto del Nuevo Aeropuerto, pero que optó por lo que la consulta señaló.
AMLO asume que las decisiones, como el combate del robo de combustible, pueden tener costos, pero los asume, y supone que serán pasajeros. Dice no temer al desgaste que implica el tomar decisiones y afectar intereses.
No se aprecia a un individuo que esté angustiado por las críticas que se le hacen. Sigue convencido de que está haciendo lo correcto y que el resultado será favorable.
El humor y la ironía, de las que le hablaba, que –por cierto, disgustan a muchos– los usa como instrumento de comunicación. Se trata de la que denomina “pedagogía política”, como una manera de explicar, convencer y de ser posible conmover.
No le espanta que el país esté polarizado, ni parece preocuparle, porque considera que, a lo largo de la historia, han existido los polos del conservadurismo y liberalismo, ubicándose él claramente en el segundo.
Sigue siendo un personaje, que, como cuando era candidato, no ahorra tiempo ni pone ningún reparo para saludar a quien se le acerca, independientemente de quien sea.
La búsqueda del saludo, de la ‘selfie’, por parte de todo tipo de personas, pareciera dejar claro que más allá del círculo rojo, sigue siendo un político que tiene amplio respaldo.
Si le ayuda a tranquilizarse, quizás el ámbito en el que AMLO esté más optimista es el económico.