A la luz de la contingencia global que vivimos, también las redes sociales han sufrido los estragos de la pandemia. Estos días nuestros celulares vibran con notificaciones incesantes: textos, videos y audios que muestran distintas visiones sobre el Covid-19 y sus posibles consecuencias. La cuarentena ha sido el caldo de cultivo para la creación y distribución de millones de mensajes que abarcan controversias, propuestas, iniciativas y desinformación.
Somos un país solidario y creativo. Por eso en estos tiempos de dificultades hemos expresado ese deseo de estar con quien sufre, aunque sea a distancia. A través de plataformas virtuales se han lanzado convocatorias para unir talentos entre creadores, artistas, donantes y todas las manos que buscan apoyar a quien tiene una necesidad. Miles de personas se han unido a campañas para brindar recursos a quienes más los necesitan y ponen sus recursos para que alguien más no sufra ni pase hambre. Incluso se han llegado a usar impresoras 3D para generar material médico. Gracias a esas personas, incontables vidas serán salvadas. Son un orgullo para nuestro país.
También está el otro lado de la moneda. También nos topamos con el golpeteo y la carroña de quienes buscan hacer leña del árbol que aún no cae. Cínicos apostando a que todo esté peor para que ellos puedan sacar a flote sus intereses más perversos. La historia, como siempre lo hace, les alcanzará y les dará su justa dimensión.
La desinformación ha corrido como pólvora y creo que no le hemos prestado la suficiente atención al daño que es capaz de generar. He visto todo tipo de videos: supuestos métodos milagrosos que curan y previenen el contagio; teorías de la conspiración sobre el origen y finalidades del Covid-19; llamados a impedir que los hospitales de una comunidad reciban a pacientes con el virus, y hasta andanadas ignorantes que llaman a no creer en la seriedad de la pandemia. Este tipo de mensajes rayan en lo infame al profundizar la incertidumbre de un momento crítico.
Algunos podrían creer que la circulación de esta información falsa tiene mínimos efectos. Sin embargo, ésta es la materia prima que moldea nuestras rutinas y relaciones sociales. Aún hay mucho que trabajar para informar la gravedad y seriedad de la crisis sanitaria que vivimos. Basta ver los altercados que ha sufrido el heróico personal de salud, la carreteras repletas de automóviles dispuestos a salir de las ciudades para vacacionar o los mercados atestados, donde no se respetan las mínimas medidas de distancia social.
Es cierto que un gran sector de nuestro país no ha podido seguir las medidas sanitarias por motivos económicos; lamentablemente, millones de personas viven al día y su trabajo les obliga a dejar su casa. Sin embargo, la desobediencia a la indicación sanitaria de guardar cuarentena no solo se debe a este factor.
Hoy por hoy, los gobiernos del país, tanto el nacional como los locales, tienen la responsabilidad de comunicar con claridad, empatía y cercanía los efectos de esta crisis. Sus comunicados tendrían que repetir quiénes son las poblaciones más vulnerables, insistir en que el virus puede llegar a todos los rincones del país, que una escalada de contagios podría evitarse con acciones concretas y que debemos toda nuestra gratitud a quienes se exponen cada día para salvar nuestras vidas: los equipos médicos, de enfermería y todas las personas que realizan trabajos de cuidado para las familias de estos héroes y heroínas.
Podrá parecer redundante, pero es imperativo que se refuercen las estrategias de comunicación e información durante esta pandemia. Es preciso que los gobiernos sigan generando campañas comunicativas a ras de suelo, con mensajes confiables y persuasivos. A su vez, también nosotros tenemos una gran responsabilidad. Es nuestro deber como ciudadanos compartir información verídica con nuestros conocidos, para así poner nuestro grano de arena en este esfuerzo colectivo, para enfrentar una tarea crucial: salvar vidas.