Hasta el viernes pasado, el récord de protestas en una toma de posesión había sido la de Richard Nixon al arrancar su segundo periodo al frente de la Casa Blanca, en 1973, por la Guerra de Vietnam.
El sábado, ocho veces más que hace 44 años, más de medio millón de personas en Washington, y un número similar en las ciudades más grandes de Estados Unidos protestaron contra la visión y las posiciones de Donald Trump.
Las expresiones se extendieron en más de 70 ciudades del mundo con una advertencia: esto es sólo el principio. La unión global contra Trumpilandia fue bálsamo para las angustias mexicanas por la agresividad y beligerancia del presidente contra México, su gente, y su economía. No estamos solos en nuestra indignación e inconformidad, Donald, ni será una batalla aislada; sólo falta que entendamos y encontremos cómo responderte.
El mundo de Trump es lunático, a menos que tenga en su chistera la fórmula para revolucionar al mundo hacia delante y evitar su involución. Los síntomas no son buenos.
El viernes usó su discurso de toma de posesión para repudiar a la clase política, a la que acusó de rapacidad y apropiarse de todos los beneficios para crear una sociedad de lujo en Washington, mientras el pueblo estadounidense caía en la pobreza.
Su primera acción fue desmantelar el programa de salud de Barack Obama, que afectó a la clase media, pero salvó de la marginación a 23 millones de personas que están entre las más pobres, y frenar los procesos de regulación, que le motivó su primera fricción con el Capitolio. Se asumió como el presidente de todos los estadounidenses, aunque cuatro de cada diez amanecieron ese día detestándolo, y reiteró sus promesas económicas, con lo que quiere convertir una economía de servicios, como es Estados Unidos, a una de manufactura, en un imposible corto plazo.
En política exterior, es China su principal enemigo y quiere lanzarse a una guerra comercial con Beijing, el mayor tenedor de deuda estadounidense. Cree que hay que dejar de apoyar militarmente a sus aliados en el Medio Oriente, con lo que el equilibrio de poder se perdería y esa nación dejaría de ser lo que ha sido durante 60 años, el factor que frena una Tercera Guerra Mundial.
Lo mismo piensa de la alianza militar con Europa, y está harto de los mexicanos y sus gobiernos, que han sido sus principales chivos expiatorios en los últimos 18 meses. Las marchas en el mundo fueron contra Trumpilandia; en Estados Unidos se concentraron en las demandas de los derechos de reproducción –por su intención de volver a penalizar el aborto, que sería una regresión de 34 años–, los derechos civiles y la inmigración.
Estados Unidos está dividido como quizás no lo estaba desde 1861, cuando en la primera toma de posesión de Abraham Lincoln, “el aire estaba lleno con rumores de conspiraciones para asesinarlo o capturarlo y llevárselo antes de que pudiera tomar las riendas del gobierno”, según las crónicas de la época. Lincoln recibió la presidencia de James Buchanan, el único que supera a Trump con el más bajo nivel de popularidad al asumir la Casa Blanca (37% contra 40%), ante el fracaso para evitar la división que finalmente llevó a Estados Unidos a la Guerra Civil.
Las protestas subrayan la división en esa nación, una polarización a la que Trump, como es, respondió con beligerancia y mentiras. Es la prensa la que provocó las protestas, y también exageró a la baja la asistencia popular a su toma de posesión. Fue la prensa, dijo el sábado durante una visita a la CIA, la que manipuló sus palabras públicas que dice que nunca dijo en contra de la CIA.
Lo mismo le dijo al presidente Enrique Peña Nieto cuando hablaron en Los Pinos, el 31 de agosto pasado: fue la prensa la que tergiversó sus declaraciones sobre México y los mexicanos. Trump es un mentiroso compulsivo y una persona violenta que en los momentos difíciles se echa para adelante. No hay que olvidarlo el próximo 31 de enero, cuando Peña Nieto se reúna con él en Washington.
La visita de trabajo es importante, y se dará una semana después de que comiencen las primeras negociaciones sobre el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica entre los dos países. En esas reuniones el gobierno mexicano podrá plantear lo que quiere de Estados Unidos, lo que puede en la relación bilateral, y rechazar o dar paso a una negociación en donde confronten sus visiones.
Tendrá que ser muy inteligente el planteamiento y el propio fraseo en sus conversaciones, en parte porque el entorno cambió rápidamente del jueves a hoy ante la fuerza de las protestas contra Trump, que probablemente continuarán enardeciéndose por la creciente oposición al nuevo presidente.
Un hombre de mecha corta es lo que encontrará Peña Nieto en la Oficina Oval, que quizás vea en él una coyuntura para ganar legitimidad a través de sus bravuconadas, hostigamiento y amenazas.
El momento no es el mejor para Peña Nieto, pero es el adecuado. Al mismo tiempo, si sus asesores son inteligentes y creativos, y él deja de comportarse pusilánimamente, lo que hoy es un enorme problema, puede volverse una oportunidad. No hay mucha expectativa sobre lo que pueda hacer el Presidente de México, pero este lunes, en su posicionamiento sobre política exterior, podrá mostrar a todos si algo aprendió de sus errores, o definitivamente no tiene remedio.