Misión cumplida, gritó el cabo Ebrard. El alivio cundió en este Titanic. Los salvavidas comenzarían a llegar enfiladitos, sin pausa, para que los pasajeros, personal de salud y los viejos primero, escaparan de ahogarse en la epidemia. Llegaron, en efecto, algunas vacunas y por unos días hubo esperanza. Pero luego comenzaron a faltar, y 90 días después eso que llaman “vacunación” es apenas unos puntitos en el enorme mapa nacional donde ningún grupo –regional, de atención prioritaria o etario, salvo los maestros de Campeche– tiene completadas las dos dosis. Así que, a pesar del triunfalismo oficial, el Covid-19 asfixia a México mientras el capitán pide hablar de todo menos de las 200 mil víctimas oficiales o de la fallida inmunización.
Además de la violencia, el país debería hablar un día sí y otro también de la pandemia. La primera es una tragedia humanitaria sin freno, donde cada mes hay no sólo cifras récord, sino sucesos salvajes que ilustran la enorme descomposición. Y la segunda constituye el mejor ejemplo de lo ineficientes, improvisados y nada empáticos que son en el gobierno –es un decir– de Andrés Manuel López Obrador.
De algo de la violencia hablé el viernes, en una columna dedicada a las buscadoras de cuerpos que los encuentran por docenas, texto que fue entregado a la redacción cuando apenas se comenzaba a saber de la nueva y espeluznante matanza de policías en el Estado de México. De ese tema no quiere hablar AMLO.
Como tampoco desea hablar el tabasqueño, hablar en serio, de que la vacunación es un desastre. No le interesa al Presidente reconocer que tiene una deuda con el personal sanitario del país. Casi tres meses después de que se pusiera la primera vacuna a una trabajadora del sector salud, los esquemas de vacunación de quienes se han arriesgado salvando a otros están incompletos o de plano ni se han iniciado, pues la administración fue incapaz de hacer una estrategia para proteger a médicas y enfermeros en un país donde los consultorios privados –paupérrimos o de lujo– han ayudado a aliviar las carencias del sistema oficial.
No hay excusa para ese fracaso. López-Gatell no llena los zapatos de sus predecesores, pero es el mayor creador de pretextos y verborrea que se haya visto en mucho tiempo. Su gremio nunca se lo perdonará. Y los mexicanos lo recordarán siempre.
Tampoco hay explicación oficial capaz de convencernos de que la vacunación de los viejos ha de ser –en muchas ocasiones, por fortuna no en todas– a costa de que los adultos mayores y sus familias pasen días bajo el sol, aguanten un trato indigno y padezcan falta de información. Ejemplos de tan aberrantes “operativos” los tuvimos estos días en Jiutepec (leer a Sara Sefchovich en El Universal) y Guadalajara.
La falta de visión, profesionalismo y sentido de la responsabilidad de las huestes de AMLO es pagada por la población que se supone él más quería proteger. Si así es cuando los quiere…
Ser viejo es padecer exponencialmente la pandemia. El aislamiento que han sufrido, el año que han perdido sin abrazar a su familia, la saña de la muerte covidiana entre ellos, el agravamiento de sus otras enfermedades por la cancelación de tratamientos dada la clausura de servicios en un sistema hospitalario desbordado, hace imposible dimensionar el precio que ellas y ellos han pagado desde febrero del año pasado. Es inconmensurable.
Cuando la ciencia nos dio la alegría de las vacunas contra el SARS-CoV2, por desgracia ésta no venía aparejada con una fórmula que cure la perversidad de los políticos.
Si para Ebrard y Herrera conseguir vacunas se complicó, que el gobierno mexicano lo diga, lo explique, lo haga creíble y, sobre todo, que AMLO diseñe un plan para que las que lleguen se usen de la mejor manera posible, en términos estratégicos (personal sanitario) y epidemiológicos (lugares de alto contagio y grupos etarios más vulnerables).
En vez de ello tenemos una discrecionalidad a cual más de vertical y caprichosa. ¿Quién decidió mandar a una ciudad como Guadalajara, que necesitaba más de 200 mil dosis para una primera aplicación, sólo 80 mil vacunas? ¿Por qué si no tenían para todos los de más de 60 años no redujeron el grupo etario, a 70 o más, por ejemplo, de forma que la disparidad entre oferta y demanda fuera menor? Nadie informa. Ni la Federación, ni –hay que decirlo– los gobiernos locales, que tampoco denuncian con contundencia. Agachones.
México no tiene vacunas. Las vidas se siguen perdiendo. Pamplinas lo de misión cumplida. Apenas llegan dosis, cientos se agolpan por días para tratar de salvar a sus viejos.
Sólo un favor: no vayan a salir con aquello de que “así somos los mexicanos, surrealistas”. Son nuestros mayores. No jodan.