El presidente Andrés Manuel López Obrador llega en inmejorable condición a su cuarto Informe de Gobierno.
El mandatario tiene dominio de los temas de la agenda, de los tiempos de la sucesión, sus obras han vencido resistencias, becas y pensiones suyas copan la asistencia social retribuyéndole apoyo, e incluso tragedias nada menores como la caída del Metro en 2021 o la muerte, hace un mes, de 10 mineros en Coahuila fueron desactivadas antes de convertirse en crisis.
Ha triunfado en imponer la noción de que la estabilidad de las finanzas se debe, en parte, a su disciplina hacendaria; la pandemia, en efecto, le vino como anillo al dedo para pretextar que inflación o magro crecimiento son efectos de una crisis externa; se envuelve en el manto del agradecimiento a los migrantes por las remesas salvadoras, y la discusión sobre las oportunidades perdidas en la economía nacional es un tema de expertos, lejana y críptica para las masas.
Los grandes medios de comunicación actúan frente a la Presidencia con una combinación de temor y conveniencia: basta escuchar estos días la cantidad de entrevistas que se le hacen a Claudia Sheinbaum en estaciones de radio, que si por su modelo antiviolencia de género, que si porque resolvió el tema del agua.
Mientras que la cúpula empresarial en general ha cantado en Palacio Nacional la copla de “ni nos está yendo tan mal, así que mejor no hacer olas”, y resuelven caso por caso sus temas: se rascan con sus uñas, y lo demás es lo de menos, como siempre.
La Iglesia no supo articular el sentido reclamo social por el asesinato de los dos sacerdotes jesuitas –tragedia que llegó luego de múltiples atentados contra otros diáconos– en la Tarahumara. Y el activismo de la sociedad civil organizada carece de gravitas en la prensa y no digamos fuera del círculo rojo.
La oposición tuvo una flor de un día en la elección de 2021, pero en este año sus dos triunfos estatales son doblemente marginales: perdieron lo más y donde no debían: el PRI en Oaxaca, el PAN en Tamaulipas. Y el mejor momento prianista este año, cuando humillaron al Presidente en San Lázaro, marcó el cénit del que ahora se precipitan hacia abajo en caída libre.
Importa, pues, en el debate lo que AMLO quiere que importe, y no pesa lo que él desestima.
Tiene una alianza con los sectores populares, con las Fuerzas Armadas y una relación mixta con Estados Unidos, donde no subestiman al Presidente, aunque no atinen aún la mejor manera de llevar la fiesta en paz en beneficio de los intereses de Washington.
¿Qué no tiene bajo control? La violencia es quizás el factor más volátil del contexto en el que AMLO rendirá su cuarto informe.
Porque si las encuestas muestran que el tabasqueño ha perdido apoyo clasemediero, de los jóvenes y de las mujeres, y que la economía preocupa mucho, la violencia es la verdadera amenaza al proyecto de AMLO.
Todo lo anterior no presupone que serán pocos los costos de un gobierno inoperante en salud, de errática política energética, ahuyentador de inversión y tolerante a los cárteles.
Pero hoy, en el día del Presidente, domina toda la política. Y no es poca cosa.