El PRI de Alejandro Moreno tendrá que ajustar cuentas con la historia. Su abrupto volantazo a favor de la militarización que promueve Morena, que sepultó a la alianza opositora, será el epitafio político del campechano. Pero los días pasan, y parece que PAN y PRD desean correr la misma suerte que su antigua coalición: morir a manos de Alito.
Haya sido concebida por AMLO e instrumentada por el secretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández, o por el mismísimo general secretario Cresencio Sandoval*, la traición de Alito sólo podría conjurarse en el (lejano) escenario de que el PRI se revuelva en contra de sus actuales líderes nacionales.
Si el PRI no se quiebra en este episodio, si Alito demuestra que además de la estructura partidista nacional mantiene la capacidad de entregarle a la Sedena los votos priistas en la Cámara de Diputados para modificar constitucionalmente el artículo quinto transitorio, si de remate en el Senado Miguel Ángel Osorio Chong no logra que la mayor parte de la bancada tricolor se mantenga unida en contra de ese cambio, entonces Moreno podrá oficialmente transitar hacia la definición del priismo como quinta columna de Morena.
Caso contrario, si la oposición de Osorio Chong representa a una corriente mayoritaria dentro del priismo (hasta hoy muy silenciosa), que no sólo busque cambiar anticipadamente de dirigentes por el desgaste de Alito, sino, primordialmente, porque prefiere una oposición radical frente a López Obrador, incluida la militarización que éste promueve incluso transexenalmente, entonces la alianza, en una jugada inverosímil y de última hora, habrá sobrevivido, aunque con dudas sobre su futuro real.
Porque el problema con ambos escenarios es que en cualquiera de ellos el PAN y el PRD salen muy debilitados: son las variables dependientes de lo que hagan otros, un papel extremadamente incómodo sobre todo para los panistas, que –hay que reiterarlo– tienen más gubernaturas, más peso en el Congreso de la Unión, pero menos colmillo.
El PAN podrá argumentar que decidió no romper desde el momento inicial de la traición de Alito porque privilegia la unidad, dado que ésta da viabilidad a triunfos aliancistas en las gubernaturas y en la presidencial de 2024.
Pero luego de que Alito y el diputado Rubén Moreira entregaran sorpresiva, acrítica, unilateral e incondicionalmente su respaldo a ampliar el mandato militar en la seguridad pública, sus actuales líderes hacen del PRI un actor en el que es imposible confiar para otros compromisos. La forma en que el tricolor trata a sus aliados cuenta, y mucho.
Cada hora que pase, el PAN y el PRD pierden tiempo clave para posicionar el discurso que han de promover para buscar un futuro.
Todas las diferencias y enfrentamientos que tuvieron históricamente esas fuerzas con el PRI fueron olvidadas en pos del objetivo mayor de hacer frente, de contener, al lopezobradorismo. Pero ya ni eso será creíble.
Cuando nació formalmente esa alianza, que prometió ser legislativa además de electoral, Andrés Manuel los usó para probar mediáticamente su dicho de que eran lo mismo: emisarios de un pasado sin futuro. Ahora al Presidente le sirve la división, tanto para consolidar a los militares en la seguridad, como para desprestigiar más a la oposición que no se someta.
Pero el PAN y PRD no ven eso, y siguen rogándole a Alito que ya regrese.
*Ayer, en concordancia con lo que adelanté aquí –que la Sedena fue la que le solicitó a Alito la ampliación del transitorio–, el perredista Jesús Zambrano dijo en Atando Cabos que el líder nacional priista les dijo el miércoles pasado que esa petición, en efecto, se “la hicieron los militares”.