En estos meses, y en mala hora, se ha puesto de moda un señor que se autonombra “toro”. ¡Por favor! Toros en Pamplona, en Madrid, y a veces en las novilladas en la México. Pero ese político no se parece a un toro.
¿Cómo por qué le íbamos a llamar así? Un toro es, ya se sabe, un animal que impone por su bravura, por su valor, por su nobleza, por su –dirían los taurinos– trapío.
Claro, también hay toros que no son de lidia. En jaripeos y en charreadas, y no se diga en ferias ganaderas, los toros son admirados por su capacidad de resistir, por su espíritu indómito, porque son buenos para producir carne o para trabajar el campo. ¿Leyeron? Trabajar. Este otro, supuesto toro, ¿sabrá lo que es trabajar? Aramos, dijo el mosquito.
Hay toros, también es cierto, resabiosos, de malas ideas, de peligro. Mansos que se hacen pasar por bravos para ocultar su falta de nobleza. Pero en general, es un animal que inspira respeto por sus buenas cualidades, y si no se les molesta, ellos a lo suyo, y nosotros a lo nuestro.
No hay que premiar la marrullería y la prepotencia, la cobardía de lanzar amenazas y luego no aceptar responsabilidad, el porrismo y la altanería equiparando esos desplantes, que tanto vimos afuera del INE y al escabullir las denuncias de mujeres violentadas, con un bello animal como es el toro.
Algunos toros mueren en las plazas, en una batalla de cara al sol, dirían los poetas. Esto de la pandemia, creo, le dará la puntilla a la fiesta brava y me parece que en buena hora. Tan polémica tradición ya fue. En el siglo 21, por más Josés Tomás ya no hay manera de justificar ese maltrato. Aunque nos resistamos a reconocerlo. Aunque le llamemos cultura. Ya fue. Dejemos que los toros pasten en santa paz.
Otros toros nacieron para arar, o para padrear, multiplicarse en buena lid, no violentando voluntades, y para alimentar humanos. Trabajé como un buey, se dice por ahí, y con ello sólo se presume lo ardua de la jornada laboral. Otra vez, el toro como imagen de resistencia y perseverancia para ganar el sustento, no como sinónimo de talante pendenciero.
Los buenos toros van a las plazas para dar la batalla de sus vidas. Los que no muestran cualidades acaso pasen a la historia por sus traiciones. ¿Cuál cosa memorable le debemos a este personaje vividor, perdón, que vive de la política, del erario pues, desde hace tantas tardes? Digan una. ¿No les viene nada a la mente? Por algo será que los pasajes que han hecho famosa la carrera como servidor público –es un decir– de este señor son escándalos salpicados de abuso, negligencia e influyentismo.
Y ahora, al buscar al precio que sea una gubernatura, despotrica contra autoridades e incita, así sea a nivel de amenaza, a linchamientos. Un espectáculo tan reprobable que no da ni para charlotada. Hasta a los payasos, ya no digamos a los demócratas, les daría pena. Con disculpas, por supuesto, a los payasos de verdad, noble profesión.
Ahora sucede que se autonombra toro un personaje más que valiente, machín. Lo que hay que oír.
Cometemos una y otra vez los mismos errores, diría José Alfredo. Adoptamos el lenguaje de los demagogos sin darnos cuenta que caemos en su juego, de que les hacemos el caldo gordo. Por eso, por hoy, les pido una cosa: hagan lo que sea, nomás no le digan toro. Ora sí que, plis, ofendan a otro animal.