Nunca tuvimos la oportunidad de preguntarnos si la lectura correcta del mensaje último de Jesucristo en su venida a la Tierra era la hecha por el radical Pablo o la de la piedra sobre la que construyó su iglesia que fue Pedro. Ambos fueron personajes muy distintos, como cada uno de los doce discípulos que Jesucristo eligió, y fueron clave para el desarrollo y consolidación del cristianismo. Pablo, o también conocido como Saulo de Tarso, fue un hombre que –antes de su icónica conversión– había sido el verdugo en nombre de la ortodoxia judía. Fue hasta la caída de su caballo rumbo a Damasco y la aparición de una voz que le preguntó: “Pablo, Pablo, ¿por qué me persigues”, que el apóstol Pablo se convirtió en uno de los más radicales defensores de Cristo y del cristianismo. En cualquier caso, la combinación de ambos personajes, junto a la efectividad y permeabilidad del mensaje del Hijo de Dios convertido en hombre, garantizó, con la suma de muchos, el éxito del cristianismo.
La mejor manera de ser leal es triunfar. Esté donde esté –ya sea en Tlalpan o donde quiera que actualmente se encuentre– resulta difícil suponer que el expresidente López Obrador ha dejado de fungir como mandatario del país. La mayor alegría que la elegida –primero por él y en consecuencia de ello por más de 30 millones de mexicanos– para sustituirlo le puede dar es seguir triunfando. Para lograrlo, la doctora Sheinbaum tiene que hacer algo que pudiera parecer sencillo pero que, de no tener cuidado y no poner el esfuerzo necesario, podría volverse en la tarea más difícil de su sexenio. Las principales tareas que tiene la nueva Presidenta son, primero, respetar y darle el debido lugar a quien la puso donde está. Y, segundo, tiene que hacer lo que sea necesario para que en las próximas elecciones en vez de ser 30 sean 40 millones los mexicanos los que voten por la continuidad de la cuarta transformación, si es que para ese entonces aún la siguen llamando así.
Cuando vi que la Presidenta de México en su primer día en el cargo fue a Acapulco, reconozco que me alegré por la acción tomada. Sin embargo, mi alegría –como seguramente les pasó a muchos mexicanos– duró muy poco y mi sonrisa se transformó en una mueca de leve insatisfacción. Es cierto que Sheinbaum fue a Acapulco, pero, al analizar su breve recorrido y el poco tiempo que duró su visita, rápidamente se puede sacar la conclusión que se trató más de una visita por compromiso que por deber. Y es que, por más que hay que reconocer que tomó la decisión de haber ido, no sé qué tanta cercanía se puede crear con los afectados cuando la mayor parte de la visita consistió en un recorrido en helicóptero para evaluar los daños a escala que provocó el huracán John. Sus pies no se mojaron, sus ojos no se cruzaron con la tristeza e impotencia de quien lo había perdido todo ni su nariz pudo oler lo que para los acapulquenses significó ser nuevamente víctimas del inevitable y desastroso castigo de la naturaleza.
Hoy Acapulco sufre y añora sus tiempos de oro. Un lugar privilegiado por su ubicación y que en algún tiempo fue una de las costas más bellas y cotizadas del mundo, pero que, por las maldiciones del mundo –el crimen organizado, el mal manejo gubernamental y los castigos naturales–, sufre uno de los mayores deterioros que ha visto el país en mucho tiempo. La empatía es presencial, no omnipresente. La Presidenta casi logró una hazaña importante, pero no lo hizo. Aún queda pendiente mojarse los zapatos, abrazar a los mojados, oler la miseria generada y –con los recursos aún disponibles del Estado– implementar rápidamente soluciones para las víctimas de Acapulco.
López Obrador y Sheinbaum son, al menos en papel, y ya veremos en la práctica, gobernantes muy distintos. No han tenido el mismo camino ni las mismas oportunidades. Mientras que a López Obrador le costaron 18 años de campaña ininterrumpida llegar a la Presidencia, a Sheinbaum le bastó ser su favorita y mostrar su lealtad para obtener el triunfo. Ambos fueron jefes de la Ciudad de México, pero a Sheinbaum no le tocó enfrentar un supuesto fraude electoral ni tantos enemigos como a su predecesor. Sin embargo, hay muchas cosas que los asemejan y otras que subrayan sus diferencias.
Creo que más pronto que tarde no habrá más solución que matizar las mañaneras. Cuando López Obrador fue jefe del entonces Distrito Federal, asistí dos veces –por invitación suya– a sus mañaneras. A esa hora uno está tan dormido que es difícil interpretar lo que se dice. Cuando creíamos que, tras la salida de López Obrador, las mañanas del país adquirirían un tono diferente, la doctora Sheinbaum nos sorprendió anunciando que continuaría con este estilo de gobierno. No hablaré por los demás, pero yo ya tuve suficiente con esta dinámica sostenida por seis años y, sinceramente, esperaba algo más –o por lo menos diferente– al inicio de esta administración.
Sin dramatizar los datos, aunque éstos sean muy dramáticos, salvo contadas excepciones, en la actualidad no existe ningún mandatario en el mundo que haya obtenido el poder electoral que la doctora Claudia Sheinbaum obtuvo en las pasadas elecciones. Con una victoria histórica que supuso la obtención de más 35 millones de votos y casi 60 por ciento de los votos computados, casi no hay ningún gobernante en el mundo que pueda presumir estos números. Pero inevitablemente, dado el peso que tiene el poder en nuestro país y de acuerdo con como son las cosas, es fundamental entender que nosotros tenemos que ajustar las soluciones para que realmente le sirvan a la gente.
Al final, Sheinbaum también vivirá en Palacio Nacional. De igual forma, habrá mañaneras y, aunque su instinto, su conocimiento político o el de sus asesores, que viene a ser lo mismo, le dijeron que tenía que ir a Acapulco, no tomó esa oportunidad como lo debió haber hecho. Al ver y analizar todo esto no tengo más que decir que debemos tener cuidado y evitar caer en la trampa que cayeron los estadounidenses. La campaña entre Donald Trump y Joe Biden, hasta que el todavía presidente de Estados Unidos decidió abandonar la contienda, se había tratado de una campaña que se enfocó en resaltar todas las desventajas e incapacidad de gobernar que Biden tenía por su edad. Lo que parece que ni Trump ni su equipo de asesores se dan cuenta es que, con la salida de Biden de la contienda electoral, las reglas del juego cambiaron. Como se vio en el debate, a Trump no le bastará con atacar sin descanso los errores cometidos por Kamala Harris.
Aún está todo por decidirse y todavía no se puede afirmar que Donald Trump tenga del todo seguro su regreso a la Casa Blanca. La campaña que empezó siendo un cómodo y tranquilo paseo contra Joe Biden se terminó y cambió radicalmente. A pesar de que probablemente se vuelva a producir un fenómeno similar al de 2016 en el que Hillary Clinton ganó el voto popular, pero Trump se hizo con la Presidencia por haber ganado en el Colegio Electoral, la realidad es que los márgenes de error son muy estrechos y cualquier error o descuido pueden evitar que Trump vuelva al poder.
En la época que estamos viviendo es fundamental que tanto el país como mis colegas de profesión entendamos que en México realmente ha habido un cambio de presidente. Y que, más allá del cambio tan importante que supone que Sheinbaum sea la primera mujer en ocupar el cargo, el verdadero éxito de su administración será si realmente consigue gobernar para todos y no para unos cuantos. No, el éxito ya no radica en dividir y vencer. Ahora, por el bien del país, de la administración entrante y por el bien de todos, el triunfo de unos debería ser también el triunfo de los otros. No se puede alcanzar el más respetado y significante puesto político sin buscar honrar lo que este cargo representa. Es momento de sacar al buey de la barranca y cambiar de una vez por todas la tendencia divisoria que se ha instaurado en la vida cotidiana del país e imponer un liderazgo presidencial que dé el ejemplo de cómo se tienen que hacer las cosas.
López Obrador ya no está. Ya se fue. A pesar de que sigue habiendo mañaneras y muchas otras dinámicas que hacen pensar que su dedo omnipresente sigue dictando la agenda nacional, la realidad es que hoy los amaneceres son diferentes. Hay cosas que no han cambiado, como lo es el muy redituable negocio de la fe, la esperanza y la caridad en el ejercicio del gobierno. No obstante, es momento de dar segundas oportunidades. Debemos dar el beneficio de la duda y permitir que se pueda dar un escenario donde se termine con la guerra interna y se instale un ambiente de paz y cordialidad. Esperemos que esta nueva administración deje atrás el uso del discurso confrontativo y convierta la ineficacia en logros y buenos resultados. Demos una oportunidad y permitamos el resurgimiento del Estado y el renacimiento efectivo de las instituciones que garantizan el funcionamiento de la nación.
En la vida, en el amor y en la política siempre hay ganadores y perdedores. Hay quien goza del triunfo y quien se frustra por no haber aprovechado las oportunidades. Y en este segundo escenario es donde actualmente se encuentra la oposición política de México. Una oposición que tuvo el poder, que acarició el volverlo a tener pero que, por diferentes y diversas razones y circunstancias, hicieron lo posible por perderlo. Pero eso no debe significar que el país que se sentía identificado o representado por esa oposición deba sufrir la misma derrota y ver cómo todos sus sueños y esperanzas por un mejor futuro se les escapa de las manos. Hoy nos toca poner los límites que no podrán dar las leyes ni las instituciones. Hoy nos toca ser México y nos toca serlo a todos.