Con la designación de su secretario de Estado, Donald Trump prácticamente concluye el proceso de integración de su gabinete presidencial.
Faltarían un par de designaciones, ambas inminentes: la del número dos en materia internacional, en principio el exembajador ante la ONU John Bolton, y el Representante Especial para Negociaciones Comerciales (USTR) Dan DiMicco, el exempresario acerero. Con estos dos nombramientos quedaría ya integrado el equipo encargado de todos los temas en la agenda de Washington con nuestro país.
El panorama se antoja desolador, pero es el que es. Ya no hay muchos motivos de especulación, aunque quienes sigan prefiriendo postergar decisiones y medidas de México frente, ante y contra Trump, encontrarán excusas para perseverar en la pasividad y la espera indefinida.
Algunos nos recodarán sabiamente que los integrantes del gobierno aún no han sido designados, que el Senado puede rechazarlos, o que algún milagro intervendrá para evitar que hagan lo que han dicho que harán. Cada quien…
El problema es que, si bien es factible que todas estas acciones de Trump sean ocurrencias o puntadas, también cabe en la fatalidad que haya un “método en su locura”.
No es imposible que la designación de enemigos de dependencias federales para encabezarlas (el caso de la Agencia de Protección Ambiental, del Departamento de Energía, de Comercio) o de quienes se identifican con grandes cambios en el rumbo que EU debe seguir (Seguridad Interior, Departamento de Estado, Procuraduría, Consejo de Seguridad Nacional) refleje una postura congruente y hasta democrática de Trump. Suena absurdo, pero…
Al iniciar su mandato, Barack Obama le respondió así a un grupo de legisladores de oposición que le cuestionaban su fervor en defender sus causas: “Las elecciones tienen consecuencias, y yo gané.” Tenía razón. Para eso son las elecciones: para cambiar de rumbo, incluso radicalmente, si eso desea el electorado que se pronunció por el candidato ganador. Trump prometió muchas cosas durante su campaña, y ahora ha conformado una administración pública que corresponde en buena medida a dichas promesas.
Si a diferencia de Obama, Trump afirmó durante la campaña que el adversario o rival más importante de Washington es China, no Rusia; que en Medio Oriente el problema no es Siria ni al-Assad, aliados estrechos de Moscú, sino ISIS, pues cobra mucho sentido verse acompañado de un encargado de relaciones exteriores amigo de Rusia, es decir, de Putin.
Si se comprometió a construir un muro en la frontera, y ser draconiano en el empeño por cerrarla ante migrantes y drogas, se entiende que nombre en Homeland Security a un general de los Marines, exjefe del Comando Sur, conocido por su línea dura en estos menesteres.
Sé que la esperanza nunca muere, pero también que el tiempo pasa. Quienes en México dijeron desde un principio que Trump no podría ser el candidato republicano, que no podía ganar la elección y pensaron que no conformaría un gabinete esencialmente afín a las ideas que propuso durante la campaña, ahora dirán que ese gabinete no va a durar, no va a ser ratificado y que va a verse maniatado por la burocracia norteamericana y el Congreso. No lo creo. Al contrario.
Esto es lo que hay y esta gente va a escoger segundos y terceros también afines a las promesas de campaña de Trump y las van a cumplir. Ya es hora de decidir cómo responder, como sociedad, gobierno, empresariado, academia, e intelectualidad. No tiene mucho sentido seguir esperando.