La alianza PRI-PAN-PRD para 2024 está muerta. Le faltan los óleos y la cristiana sepultura, pero prácticamente ha fallecido, e morta, is dead, kaput. La mataron los líderes formales del PRI: el señor Alito y el señor Moreira. Como Salomé, entregaron la cabeza de la alianza en bandeja a su nuevo líder: el presidente López Obrador. Era de esperarse. La ingenuidad en política es la madre de los desilusionados.
Por supuesto, todos están enojados con Alito. En el PAN, en el PRD, en la oficina del señor Claudio y también en el PRI, donde una buena parte también se siente traicionada por ver cómo arrojaron al partido a las manos del Presidente. No podía saberse. ¿Quién iba a pensar que Alito les iba a hacer una trastada con el impecable historial que tiene el individuo? Pero ya ni llorar es bueno, ya no hay tiempo para andarse lamentando.
El viernes pasado, en este espacio, mencioné que al PAN se le presenta la oportunidad de ir solo a la contienda presidencial. Entiendo el efecto que se imaginaba iba a causar la alianza, pero ésa siempre partió de la buena fe, de la ilusión y de cierta alquimia aritmética y del apoyo de la comentocracia progre. La alianza se puede dar en las urnas. Si el PAN tiene una candidata o candidato lo suficientemente fuerte para enfrenar a la corcholata presidencial, los votantes opositores irán naturalmente a votar por esa opción. Incluso con candidatos de otros partidos que quedarían relegados.
El adversario natural del proyecto lopezobradorista no es el PRI, sino el PAN. El PRI gira más fácil hacia Morena. Es un partido formado en su mayoría por expriistas que secuestraron algunas banderas de izquierda que ya han sido pisoteadas por el gobierno militarista de AMLO. Quienes de la izquierda se fueron a Morena han sido relegados, salvo alguno que otro que mantiene algún encargo en el gobierno, pero no en el primer nivel. Los priistas se sienten más cómodos con López Obrador, con Bartlett, con gente así, que comparte historia y proyectos, así como mañas y vicios, que con el PAN, a quien combatieron como única oposición durante décadas. Tan es así que el propio Presidente trae el discurso de hace años, cuando al panismo se le calificaba de “la derecha” y de “conservador”. Si se ve el discurso presidencial, se ve que el enemigo a combatir es lo que históricamente representa el PAN.
Sorprendentemente el PAN no ha querido definirse como la cabeza opositora. Temerosos, con culpa, los cuadros directivos de Acción Nacional han preferido refugiarse, en compañía de sus aliados, y acusar de abusivo al Presidente que tomar abiertamente sus banderas históricas y plantarse a dar la pelea. Pero no se puede competir bien si se tiene miedo, si se cree que se necesita de otros, que uno es débil. Eso: la culpa y la sensación de debilidad que transmite el panismo la sabe el Presidente y la explota. Creerse el cuento de que necesita aliarse de los corruptos para enfrentar al pejismo o que sólo “en unidad” con los impresentables de la política se puede obtener un triunfo, tiene agazapado al partido. Las alianzas legislativas son indispensables. Las electorales son un engaño al ciudadano y a los partidos. Hay una generación de políticos, académicos y articulistas que siempre soñó con la alianza total. Esa idea les servía para no definirse como parte de un partido o de otro. Les daba pena decir que eran del PAN, porque se sentían progres, y les daba pena decir que eran del PRI porque es un apellido enlodado. Y los partidos les creyeron. Ya es hora de no hacerles caso, definirse de nuevo y optar por representar una opción que no aspira al todo.