La semana pasada fue significativa para la oposición partidista a López Obrador. El freno que puso a las pretensiones de Morena para lograr un proceso extraordinario para aprobar la reglamentación a la consulta de revocación de mandato fue un logro indiscutible. Si bien es cierto que en términos concretos se trató simplemente de ganar una votación que se habrá de repetir en la nueva legislatura, también lo es que el triunfo fue político y que quien perdió vive en Palacio Nacional. Ese tipo de triunfos no ha sido la norma en este periodo de gobierno, que destaca por la imposición y el afán por aplastar a los demás.
Lo sucedido en el Legislativo nos permitió ver una alianza opositora que sí funciona, que si se pone de acuerdo logra ser un freno para al autoritarismo que está encaramado en el gobierno. Claro, nadie duda que también el señor Monreal está dispuesto a cobrarle caro al Presidente el ninguneo del que es víctima, pero para quienes dudaban de MC, ahí estuvieron; para quienes creemos que el PRI en cualquier momento aborda el barco moreno, también estuvieron ahí dando la batalla, bien decididos el PRD y el PAN.
La derrota del oficialismo fue sonada porque además de ganar por un voto, se trata del proyecto más relevante para el Presidente en estos momentos: la consulta de la revocación de su mandato. No deja de sorprender que López Obrador sea el único presidente interesado en que le digan si se va o se queda en el puesto. Como todo lo que toca lo tuerce, el sentido de esa consulta no es el derecho ciudadano a interrumpir y cambiar un mal gobierno, sino un concurso de popularidad de López Obrador contra sí mismo.
Entre las luces opositoras estuvo la senadora panista Kenia López. Un buen discurso, de reclamo e inteligente confrontación con el partido oficial (solamente ensuciado por su referencia al nazismo, algo que se ha convertido en un recurso bastante bobo en las redes sociales y que tiende a frivolizar la tragedia humana que fue ese movimiento político), resultó ser aire fresco y una muestra de una mujer llamada a tener un papel relevante en la oposición.
Lo mismo la senadora Xóchitl Gálvez, siempre enjundiosa y con detalles de color como los ábacos y los chistoretes; Claudia Ruiz Massieu, por parte del PRI, también jugó un papel determinante y dio muestras de ser una opositora talentosa y decidida. No es extraño que hayan sido mujeres las que enfrentaron el embate oficial.
Por otro lado, está la nueva desaparición de Ricardo Anaya de la vida pública nacional. Como se sabe, Anaya estaba dedicado a la política en video. En este formato difundía sus declaraciones y posicionamientos sobre la vida pública nacional. Durante los primeros dos años de este gobierno nadie sabe qué hizo el señor Anaya, pero reapareció en medio de la pandemia con entusiasmo opositor y tratando de colocarse en el liderazgo. También se puso pelo y, como si fuera Sansón, el pelo le dio fuerza y valor. El gusto le duró algunos videos. En el último, difundido hace dos días, el panista alega persecución por parte de la FGR y anunció que tiene que abandonar el país, no sin antes comparar a López Obrador con Porfirio Díaz y Antonio López de Santa Anna. Todavía no sabemos si la fiscalía pidió orden de aprehensión contra el panista. Lo que llama la atención es que en este país la cárcel es para quienes hacen política opositora, los abrazos y respetos del Presidente son para los miembros del crimen organizado y la libertad es para los corruptos confesos. Una ironía, que López Obrador persiga y hostigue a sus opositores pues si algo se le respetó durante el amanecer neoliberal, fue su derecho a ser oposición como le viniera la gana. Ese derecho se lo respetó Fox, se lo respetó Calderón y se lo respetó Peña Nieto. Él, los persigue.