“Me equivoqué”, dijo el presidente López Obrador al referirse a los cuatro nombramientos que impulsó para que ocuparan un lugar en la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Esas cuatro personas forman parte del máximo tribunal de justicia de nuestro país. Solamente 11 minstr@s forman parte de ese tribunal. Once entre decenas de millones de mexicanos; 11 entre cientos de miles de abogados: solamente 11. Y el Presidente se equivocó en cuatro. Es un ejemplo clarísimo del gobierno de López Obrador. Pierde la oportunidad de hacer las cosas bien no una ni dos: cuatro veces –admitido por él públicamente–.
Esta declaración del Presidente es singular –dentro del enorme panorama de sandeces que dice diariamente– porque revela muchas de las cosas que piensa y que hace. Él cree que los nombramientos que hizo no eran de ministros, sino de lacayos, sirvientes a la espera de sus indicaciones. Resultó que no. Aunque agradecidos, las y los nombrados han decidido tener un poco de criterio propio, que se supone es para lo que están en esa posición. Es la cima de la aspiración abogadil, de los jueces, y resulta que el Presidente quería esclavos. Alguien no le explicó y ahora está decepcionado de sus nombramientos, no obstante una de las nombradas es esposa de un mecenas suyo, otra también consorte de uno de sus fieles –sin que esto les reste mérito alguno a las señoras, que valen por sí mismas–, pero se supone que el Presidente las conocía; otra más fue su primera titular del SAT y el hombre propuesto cuenta con una amplia carrera judicial, que bien se había podido dar cuenta de que podría simpatizar con él y su proyecto, pero que no sería su paje en materia de legalidad.
Tenemos un Presidente al que engañan hasta los que nombra en las cumbres. A saber qué pensaba que es un ministro de la Corte. A la mejor creía que eran como oficiales mayores o secretarios particulares. El asunto es que ahora se queja de que ya no cuenta con ellos, que son veleidosos y el puesto se los comió y que ahora se sienten muy jurídicos, muy constitucionalistas, muy legalistas. Lo que significa que ya cambiaron y para mal, porque se supone que tenían que esperar las órdenes de su patrón más allá de la tontería esa de que la ley es la ley, porque en la 4T la ley es el Presidente y san se acabó.
El “me equivoqué” es el “ya me cansé” de este sexenio. Por lo que revela de las decisiones, la manera de tomarlas, la forma en que las piensa, “me equivoqué” es una de las marcas de este sexenio. Insisto: más allá de las boberías de los conservadores, detentes y demás, la admisión de la equivocación es rotunda. Es el reflejo de que no tenía idea no solamente de cómo funciona la SCJN, sino de cómo funciona la gente en el trabajo. López Obrador aspiraba a la delfinización de las personas en los puestos de trabajo: abyección sujeta a humillación.
Para el Presidente, la independencia de juicio y el criterio propio son valores neoliberales que no se han podido arrancar de la sociedad; quienes optan por pensar por sí mismos, se pudren. Por eso l@s ministr@s nombrados “ya no están pensando en el proyecto de transformación y en hacer justicia, ya actúan más en función de los mecanismos jurídicos”. Pues eso es lo que deben hacer y no participar en proyectos de transformación. Es claro que lo que es bueno para los demás es malo para el Presidente.
Finalmente, hay que ponerse a pensar en la gravedad de lo que dijo el Presidente: si se equivocó en los cuatro nombramientos de la SCJN, para los que tuvo tiempo, asesoría y posibilidades sin obstáculo, ¿en qué más se habrá equivocado? Es de pavor siquiera pensarlo.