La mala noticia del gobierno en transición es que el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, y su gabinete designado no tienen idea de lo que es la administración pública federal, por lo que algunas de sus promesas de campaña son financieramente insostenibles.
La buena noticia es que López Obrador no come fuego, y entre más se involucra su equipo en la información que le está aportando el gobierno federal, más pasos para atrás tienen que dar. La mejor noticia para quien gobernará el país desde el primero de diciembre, es que el teflón que le ha fortalecido de manera inversa el repudio nacional hacia el presidente Enrique Peña Nieto, le permite que pueda incumplir prematuramente sus ofrecimientos sin que tenga costo político para él.
Habría que añadir que el que tenga que dar marcha atrás a sus palabras, le va a ayudar a gobernar mejor y evitar una crisis financiera, cuando menos en el arranque de su administración, lo cual beneficia a quienes votaron por él y a quienes no lo hicieron. El teflón le da espacio político para moverse en cualquier sentido.
En este momento, si ratifica una promesa de campaña, le aplauden; y si la rectifica, también. Frente a la fe ciega, a quienes observan sus contradicciones, los aplastan sus guerrilleros y voluntarios cibernéticos en las redes sociales, que con sus actitudes vitriólicas buscan inhibir la libertad de expresión y neutralizar la crítica. Lo que importa, al final del camino, es que dejen de vivir en la irrealidad y que los números los despierten de sus perjuicios.
El 31 de agosto aseguró que las subastas de contratos para la exploración y explotación de petróleo y gas serían suspendidas hasta que se revisaran los contratos que han sido adjudicados, con lo cual congelaría las licitaciones petroleras hasta nuevo aviso.
Seis días después, afirmó que en los primeros días de diciembre, al asumir la presidencia, lanzará licitaciones para la perforación de pozos petroleros para levantar la producción petrolera “en poco tiempo”. Al cambiar de rumbo en 180 grados, López Obrador mintió, porque “en poco tiempo” significa entre 7 y 10 años para que, una vez otorgada una licitación, puedan empezarse a ver algunos resultados. Pero eso realmente no importa.
Lo relevante es que el presidente electo parece haber entrado en razón financiera. Hace unos días, la secretaria de Energía designada, Rocío Nahle, afirmó que Pemex iba a recibir una inyección de 75 mil millones de pesos para exploración y producción, además de 49 mil millones para mejorar la capacidad de seis refinerías y construir una más, en su tierra, Tabasco, dentro del Presupuesto para 2019. Incrementar de esa forma el gasto sin generar el producto para compensarlo, afectaría la estrategia de gasto para ir reduciendo su deuda de 100 mil millones de dólares, lo cual conduciría a que las agencias especializadas le modificaran la calificación de su deuda, y el mensaje al mundo sería de insolvencia.
La designación del ingeniero agrónomo Octavio Romero Oropeza, como futuro director de Pemex, resultó en el peor rendimiento de los bonos de Pemex desde que se empezaron a vender en 2008.
La reversa metida por López Obrador fue acompañada por la rectificación simultánea de quien le había estado haciendo las cuentas alegres, Gerardo Esquivel, designado como futuro subsecretario de Egresos de Hacienda.
Esquivel aseguró durante los meses de la campaña que López Obrador no tendría problemas para llevar a cabo sus ambiciosos programas sociales con una reducción de presupuesto, mediante acciones como compactación de programas que dice se duplican, gasto austero, reducción del 50 por ciento de los salarios de la alta burocracia y la eliminación de los seguros de gastos médicos, además de eliminar la corrupción.
El 23 de agosto reiteró en un foro de Banorte que los 25 programas públicos prioritarios de López Obrador requerirían de 500 mil millones de pesos en el primer año y que serían financiados sin aumentar el déficit fiscal ni contratar deuda.
Sin dudarlo, Esquivel dijo que con el ajuste al gasto no prioritario y el espacio fiscal existente, el dinero estaría listo para su aplicación. El 5 de septiembre, sin embargo, Esquivel ya tocaba otra música. Si no se logran los ingresos suficientes tras la implementación de las medidas de austeridad, dijo en un foro organizado por la agencia calificadora Moody’s, los programas sociales de López Obrador, incluido el de los jóvenes que dijo el presidente electo se lanzaría con recursos garantizados en su primer día de gobierno, se “achicarán”. Así de fácil como es decir cualquier cosa de forma impune, Esquivel dio un giro retórico.
Lo que antes estaba garantizado, ahora no tanto. Llevó a López Obrador a realizar promesas de campaña sobre la base de estimaciones incorrectas que ha tenido que ir corrigiendo al ir analizando la información que le está proporcionando la Secretaría de Hacienda. Un académico reconocido, brillante incluso, no necesariamente lo hace un funcionario eficiente en la Hacienda federal.
Sus malos cálculos –incluso en el costo que tendría el programa de los jóvenes, donde se equivocó por alrededor de cinco mil millones de pesos–, han provocado sus tropiezos y los del presidente electo, que tanta confianza le tiene en ese tema.
Pero volvamos al principio. Lo bueno es que esas deficiencias no tienen costo financiero alguno para el país y se están corrigiendo. Lo que hay que esperar es que no vuelvan a cambiar. Esto es lo impredecible.
La personalidad de López Obrador es mercurial, y así como dice unas cosas hoy, dice otras mañana. Por ahora parece que sus correcciones se sostienen, pero sus propias contradicciones ideológicas no permiten asegurar que el camino de la razón esté garantizado.