Las vallas afuera de Palacio Nacional podrían durar unas cuantas jornadas o quedarse ahí durante mucho tiempo. Son la consecuencia de la cerrazón de Andrés Manuel López Obrador; y ésta no desaparecerá, antes de ello podría incluso galvanizarse.
Se puede entender que los gobiernos capitalino y federal tengan la obligación de proteger monumentos históricos que podrían ser dañados durante protestas. Si las vallas metálicas son la mejor opción para ello es otra discusión. Pero tan explicable el resguardar patrimonio como entendible es que hartas del desdén presidencial, y de la sumisión acrítica de sus colaboradores y seguidores, las mujeres tengan renovados deseos de quemar todo: el presunto partido de la izquierda es tan indolente hacia ellas como antes lo fueron priistas y panistas.
Así llegamos al muro que en estos días engalana el Palacio. Es la única respuesta congruente del presidente López Obrador hacia las mujeres. Las vallas retratan el ánimo refractario del tabasqueño frente a las demandas por revisar la candidatura de uno de sus aliados, acusado de violación en Guerrero. Simbolizan también la negativa a dialogar con ellas de un mandatario que ve en cada disenso una conjura.
Al Presidente la coyuntura le servirá, una vez más, para victimizarse. Sí, ni eso es capaz de entender: que el momento les corresponde a ellas, y sólo a ellas. Que podría proteger monumentos, pero abrir espacios de diálogo, revisar políticas, negociar una candidatura. En vez de eso, dirá, como ya dice, que no se trata de quejas de mujeres libres, que estamos ante un movimiento manipulado por sus adversarios.
¿No es curioso constatar a todo lo que está dispuesto el Presidente con tal de no ceder en una, sí, UNA candidatura? Las mujeres no le están pidiendo quitar a tres o cinco candidatos. No demandan lanzar sólo mujeres a las 15 gubernaturas. Es más, ni siquiera exigen que en vez de Félix Salgado Macedonio vaya una de su género. Sólo le piden que él no. Que por las denuncias, este candidato sea investigado y por lo pronto marginado de la candidatura. A pesar de lo poco que se le pide, López Obrador está dispuesto a jugarse su resto y apuesta al no.
Como ya se ha dicho en estos días, AMLO calcula que los movimientos feministas no son populares entre la sociedad mexicana. Actúa convencido de que él, desde el conservadurismo, representa mejor a los mexicanos y las mexicanas promedio que las mujeres que marchan y reclaman el fin de la violencia y la discriminación en todas sus formas.
Además, cree que con el discurso de proteger los monumentos despertará en los mexicanos ese patriotismo de papelería barrial, infundido en generaciones durante la primaria e insuflado en cada mañanera y gira de López Obrador. Sí, cuiden históricas piedras, aunque a ellas las desaparezcan.
El tiempo dirá si la lectura que tiene Andrés Manuel de la actual sociedad mexicana es la correcta o si pronto se lleva una dura sorpresa.
Pero la señal del muro es inequívoca. El Presidente se atrinchera en la paranoia electorera de que fuerzas oscuras quieren atacar Palacio. Hoy es la respuesta ante los reclamos de las mujeres, mañana –literalmente– podría repetir el truco de las vallas para decirse víctima de complots que al atacarlo pretenden socavar al pueblo.
Porque las vallas son un síntoma de un gobierno encaprichado e irritable en las buenas, y nada distinto podemos esperar cuando los tiempos empeoren. El muro es lo de menos. El problema es la cerrazón de López Obrador, su victimización perpetua, su negativa a negociar ni una coma, ni una candidatura.