El método del llamado Frente Amplio por México es un modelo inacabado. Ante eso, quienes eligen ver el vaso medio lleno creen que es bastante buen arranque; cosa de recordar que también Morena ha ido parchando su esquema y eso que en ese movimiento se negocia bien poco.
Sin embargo, a diferencia del proceso que echó a andar hace dos semanas el lopezobradorismo, el método opositor está permeado por la desconfianza. Y es que una parte de las lecturas negativas de lo adelantado este lunes señala, en pocas palabras, que los partidos ni pierden control, ni aceptan controles.
Porque una cosa es que aún se especule si Marcelo Ebrard aceptaría la discrecionalidad de la encuesta con la que se designará al candidato morenista a suceder a Andrés Manuel López Obrador, y otra que, habiéndose presentado el esquema de los opositores, algunos de éstos publican dudas o piden tiempo para decidir.
Y tampoco ayuda para construir esa confianza lo poco cuidadosos que fueron en el sector de la llamada sociedad civil al permitir la confusión en torno al llamado comité de intelectuales, que ayer se disolvió formalmente cuando se supone –nos enteramos ayer– que de hecho ya ni siquiera servía, pues el modelo del lunes lo trascendía. Alguien no hizo la chamba ahí.
Pero la desconfianza tiene un nombre y un apellido. O dos, para ser exactos. Alejandro Moreno y Marko Cortés, presidentes del Revolucionario Institucional y de Acción Nacional, respectivamente.
Ambos son líderes refractarios a negociar incluso en casa, aferrados a sacar el mayor beneficio para sí y los suyos del total control que tienen de sus respectivos partidos. Hay pocos motivos para creer que ahora cederán o se pondrán en manos de un comité ciudadano.
Además, ambos se saben a salvo de la incertidumbre que muchos padecerán: mínimo amarrarán asiento en el Congreso en 2024.
De forma que, salga como salga la elección de candidato (a) opositor (a), se juegan bien poco: si van de plurinominales a la Cámara alta prácticamente cualquier resultado de la alianza les garantizaría escaño.
Son casi casi free riders: hacen que los aspirantes calienten la carrera, y ellos se reservan buenas candidaturas al Congreso y, no contentos, retienen la posibilidad de incidir (dicen los que tienen los peores temores) en la consulta de la tercera etapa.
Si esto de verdad es un frente, los líderes han de dar reales muestras de que todos están en el mismo barco, de que tienen exactamente los mismos incentivos que los que se inscriban para que la selección salga lo mejor posible, para que la o el candidato sea de verdad el más competitivo.
Alinear los incentivos quiere decir que han de apostar algo, y que han de afrontar riesgos.
Un riesgo como quedarse sin chamba, hueso, sueldo, dieta, fuero o como le digan tras la elección de 2024.
Que padezcan la misma incertidumbre que quienes se apunten a la retorcida eliminatoria que idearon. Que se bajen del podio y se pongan a patear las calles buscando votos, para el frente y para sí.
Que no se apunten en plurinominales. Ninguno de los líderes partidistas. Ninguno de los actuales jefes de bancadas. Que quien haya ganado un distrito o un escaño, y quiera competir de nuevo, tenga la obligación de repetir el triunfo, que enfrente la posibilidad de la derrota.
Que todos remen. Parejo. Que los líderes no pongan a remar sólo a las y los aspirantes. Que muestren que son dignos de confianza porque realmente se la están jugando, no administrando las ilusiones de cándidos aspirantes y votantes.