Dentro de cuatro semanas exactamente se realizarán las elecciones presidenciales en Estados Unidos.
Como en pocas ocasiones, existe incertidumbre respecto a los resultados.
El sitio agregador de encuestas RealClearPolitics, al corte del día de ayer, reportaba una ventaja de Kamala Harris frente a Donald Trump de solo 2.1 puntos porcentuales.
Pero, como recordará usted, en Estados Unidos lo determinante no es la votación popular, sino la del Colegio Electoral.
En éste, lo determinante siempre es el resultado de un puñado de estados que se conocen como los ‘estados bisagra’.
Al corte del día de ayer, en este grupo de estados, Trump tiene muy leve ventaja en Carolina del Norte, Georgia y Arizona; Harris tiene también leve ventaja en Wisconsin, Michigan y Nevada. En Pennsylvania están empatados.
En el conocido modelo de predicción electoral ‘538′, ahora propiedad de la cadena ABC, Harris gana en 545 de mil una simulaciones electorales, mientras que Trump lo hace en 453.
El modelo de predicción de The Economist le da 272 votos electorales a Harris y 266 a Trump, es decir, la ventaja de la candidata demócrata es mínima.
En las siguientes cuatro semanas vendrá la recta final, cuyo efecto dependerá no solo de las campañas sino también de los acontecimientos del entorno.
Por ejemplo, si escalara la guerra en el Medio Oriente en ese lapso y Estados Unidos se involucrara más, quizás Trump obtendría ventaja, pues se le vería como un político con más capacidad de encabezar una guerra.
Si la inflación bajara más, entonces quizás la ventaja sería para Harris, pues Trump se quedaría sin un elemento para responsabilizar a su contrincante.
Si Trump ganara la elección, tendríamos muchas razones para preocuparnos.
Las más obvias tienen que ver con los aspectos migratorios y de seguridad.
El pasado fin de semana, haciendo campaña en Wisconsin, Trump declaró: “Mi primera orden va a ser cerrar la frontera con México. Vamos a frenar la invasión. Vamos a acabar con la criminalidad de los inmigrantes”.
Así se trate de una obvia exageración de campaña, pues no es humanamente posible cerrar la frontera más transitada del mundo, la afirmación anticipa el riesgo de políticas más restrictivas.
A ello hay que sumar la propuesta de hacer la mayor deportación de la historia.
A ello, súmele la amenaza de usar fuerzas militares para combatir a los cárteles mexicanos del narcotráfico.
“Necesitamos una operación militar… estas personas se encuentran probablemente entre las más ricas del mundo… se necesita algún tipo de acción militar o al Ejército”, dijo en entrevista con NewsNation la semana pasada.
Igualmente, aunque se trate meramente de un alarde electoral, dibuja el nivel de complejidad que enfrentará la relación.
Pero, en materia económica, las cosas no están mejor.
El fin de semana, en Wisconsin, amenazó con imponer un arancel de 200 por ciento a los vehículos importados de México. Obviamente, es una locura y afectaría severamente a las propias armadoras norteamericanas, pero también revela la visión proteccionista que se nos vendría encima en la perspectiva de la revisión del TMEC.
Antes, parecía que esos impulsos se concentraban en China, ahora se han extendido a México.
Una amenaza más es la política fiscal.
El cambio más importante es la reducción de la tasa del impuesto corporativo a nivel federal de 35 a 15 por ciento.
La competitividad fiscal de Estados Unidos subiría fuertemente y sería cada vez más difícil que las empresas norteamericanas o de otros países invirtieran en México.
Pero, además, la estrategia fiscal de Trump dispararía el déficit fiscal norteamericano y quizás detonaría de nueva cuenta presiones inflacionarias, revirtiendo la tendencia a la baja de las tasas que hemos visto recientemente.
En suma, me parece que sobran las razones por las que México debiera considerar indeseable el triunfo de Trump.
Pero no hay que descartarlo. En este momento es un escenario con 50 por ciento de probabilidades de ocurrir.