Una gran imagen, histórica, embadurnada por la falta de contención; de tantos, de tantas, y de ella, la primera Presidenta de México.
La imagen: ella portando la banda presidencial. Estampa inédita en 200 años. Demuda e impresiona atestiguar lo que generaciones atrás hubiera sido impensable, imposible. Claudia Sheinbaum Pardo, presidenta de México. Honor a quien honor merece. Hizo historia.
Ése, el mejor momento de una ceremonia desaliñada por donde se le vea. Unos segundos para recordar y un discurso, aunque estructurado, de mensaje nítido: llegan todas, pero, sobre todo, las que piensan como ella (y de paso los que piensan igual). Nadie más.
La titular del Ejecutivo Sheinbaum Pardo juró el cargo en el Congreso de la Unión dejando en claro que quienes esperan un pronto giro, así sea de unos cuantos grados, así se trate de matices, esperen sentados. Que vayan por su banquito y esperen afuera de Palacio.
El rito inaugural de la Presidenta se consumó con la ortodoxia de Morena, donde el culto a la personalidad del fundador es la columna vertebral. Sheinbaum presidenta se equivocó al llamarlo presidente, y al caminar ella hacia él, al buscarle, al final de la ceremonia.
No lo quiso evitar. Le dedicó la primera parte de su discurso. Le defendió en la segunda. Y le honró al desconocer los temores que suscita la reforma judicial, la militarización que ella, la Presidenta, no sólo niega, sino que dice que mienten quienes así lo denuncian.
Y aunque la Presidenta dijo en un par de ocasiones que gobernará para todas y todos, se trató de un gesto retórico, de una formulación sin argumento ni oferta concreta, sin invitaciones claras a quienes representan a la oposición, sin deferencia a la separación de poderes.
Todo eso rubricado al final, cuando antes del ¡viva México!, vino el innecesario viva a su movimiento. El sexenio apenas nace y su hora inicial no puede ser tomada como si fuera el destino manifiesto de lo que resta. Pero qué simbólico que no se haya aprovechado para más.
Toma de protesta que también fue toma de tribuna de morenistas y afines, urgidos de la selfie que a muchos de ellos les refrendará su único o verdadero mérito: salen en una foto con él… o, ahora, en una imagen con ella.
Nada republicano el acto. Todo partidista. La oposición, una espectadora más del carnaval de los colados y los oportunistas, que como en canción de Chava Flores, hacen de todo para ser parte de la fiesta.
Ahí está Miguel Torruco júnior, júnior y derrotado en la Miguel Hidalgo pero con privilegios para hacerse saludar en la tribuna. Y Manuel Espino, sí, ese que hace 18 años impidió a obradoristas subir al espacio donde ahora abraza al derrotado de 2006. Y Cuauhtémoc Blanco, si ya tiene fotos con presuntos criminales, por qué no ha de llegar hasta la Presidenta a tomarse la imagen del recuerdo…
La presidenta Sheinbaum sí acepta a Blanco, que dejó sumido a Morelos en un baño de sangre, pero no saluda igual ni a la ministra Norma Piña ni a las legisladoras de oposición de la comitiva que la recibe. Mejor foto grupal a saludo de mano a cada una.
Queda para el recuerdo –y para el compromiso del trabajo sexenal–, en la parte positiva, el segmento dedicado a las mujeres de ayer y de hoy, a su lucha de siempre, a la legitimidad de sus reclamos. El mejor momento de las palabras de la Presidenta.
Y queda esperar un discurso verdaderamente republicano de Claudia Sheinbaum. Ojalá pronto.