Diría Joaquín Sabina que no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca, jamás, sucedió. Fiel a esa frase, hace unos días leí un comentario en redes sociales donde se imaginaba al país en un presente alternativo, tras la victoria de José Antonio Meade o Ricardo Anaya en 2018. No vale la pena hacer una gran descripción del ejercicio imaginativo, aparte de que se concebía una hermosa utopía.
Aunque es cierto que el “hubiera” no existe, vale la pena especular un poco. De hecho, los ejercicios de historia contrafactual analizan posibles desarrollos alternativos de la historia, al responder a la pregunta: “¿qué hubiera pasado si…?” Su objetivo es, a través de la comprensión del pasado y premisas científicas, evaluar la importancia histórica de un evento, a través de un curso hipotético. Se trata de entender el pasado a contracorriente de la percepción tradicional, considerando futuros alternativos. Bien orientado, arroja una mejor comprensión del presente y sus posibilidades.
¿Podríamos pensar en un sexenio de Meade o Anaya de manera contrafactual? El primer paso sería establece su factibilidad: ¿de verdad podía haber ganado alguno de ellos a partir de decisiones tomadas solamente el día de la votación? ¿O había decisiones que se habían tomado antes que hicieron prácticamente inevitable la victoria de López Obrador? Hay elementos que fortalecen el segundo supuesto. Veamos algunos.
Primero: la reforma electoral de 2007-2008 consolidó un sistema de partidos cerrado, de difícil acceso para nuevos actores y poco competitivo: el oligopolio político que llamamos “partidocracia”. Si dirigir un instituto político otorga acceso a recursos públicos, prerrogativas y permite a su titular controlar el acceso a las candidaturas, y hacerlo competitivo abre la posibilidad de que surjan liderazgos competitivos de base que reten a la dirigencia, se tienen estructuras aisladas. En ese entorno pudo un hábil operador político llegar a creer que podía ser un líder de masas, capturando al PAN y lanzar su propia candidatura: Ricardo Anaya.
Segundo: las negociaciones del Pacto por México, al inicio del sexenio de Peña Nieto, fueron productivas en cuanto a los acuerdos logrados entre el PRI, el PAN y el PRD, pero a costa de negociaciones cupulares, que dividieron a los últimos dos institutos internamente. Esas fisuras fueron cooptadas por López Obrador, fortaleciendo a Morena y convirtiéndolo en un partido competitivo en 2017.
Tercero: los errores del gobierno de Peña Nieto en el manejo de escándalos como la “casa blanca” y la tragedia de Ayotzinapa, no solo dañaron su imagen, sino también reavivaron agravios populares en temas como la inseguridad y la corrupción. Aunque el PAN y el PRD capitalizaron inicialmente el descontento con las alianzas para diversas gubernaturas en 2016, el hartazgo hacia el PRI se amplió a toda la clase política tradicional, fortaleciendo a López Obrador.
Tan solo esas tres premisas podrían explicar que, para el día de la elección, era prácticamente inevitable la victoria de López Obrador. Sin embargo, supongamos que por algún acaso hubiesen ganado Meade o Anaya, digamos, por algún acuerdo cupular donde uno hubiese declinado u operado por el otro. Posiblemente las estructuras estatales habrían operado a favor de esa candidatura, pero se habrían peleado por los asientos del Congreso.
Sin embargo, la victoria de Meade o Anaya hubiera radicalizado a López Obrador, canalizando esa derrota en mayores ataques a la “mafia del poder”, con un entorno emotivo que lo beneficiaría. Resultado: un presidente con menos márgenes de maniobra que Felipe Calderón, con un asedio constante asedio por parte de Morena, quien tendría al menos la primera minoría en las Cámaras.
¿Hay momentos donde una decisión habría cambiado el curso de los acontecimientos? Claro que sí, pero no hay que confundirlos con los resultados que nos desearía imaginar: con algo de imaginación, información y conocimiento táctico, bien podrían arrojar escenarios distintos. Veamos dos:
Primero: tras la derrota electoral, la indignación ciudadana no solo ataca a Morena, sino también cuestiona a las dirigencias del PRI, PAN y PRD por la derrota, obligando a sus dirigencias a iniciar procesos profundos de autocrítica. Al final, el PRD implota, a falta de un ideario distintivo, migrando sus dirigencias menos desgastadas a Morena y MC. El PAN se ve obligado mejorar sus procesos de elección de dirigencias y selección de candidaturas, con alguna apertura a la ciudadanía en general. Por su parte, el PRI experimenta una revitalización de su vida interna, ante la clara expectativa de sus cuadros jóvenes para acceder a cargos de elección, en lugar de las viejas y anquilosadas dirigencias. En ese escenario, Va por México nunca hubiera ocurrido.
Segundo: en agosto de 2021, y ante la persecución política, Ricardo Anaya decide no abandonar el país y entregarse a la Fiscalía. Tras un proceso lleno de arbitrariedades y la imputación de una prisión preventiva abiertamente arbitraria, el excandidato logra presentar su caso ante los medios de tal forma que hay dudas razonables sobre su culpabilidad. La detención le genera simpatías y adhesiones, lo cual fortalece su presencia mediática, convirtiéndolo en el Václav Havel mexicano de cara a 2024. Claro, el escenario supone la posibilidad de comprobar la inocencia del panista.
¿Qué hacer entonces con las fantasías de un país próspero ante una hipotética victoria de Meade o Anaya en 2018? Si bien no da para establecer escenarios contrafactuales, sí podría ser material para un género literario que recurre narraciones alternativas, sin requerir el rigor de la historización contrafactual: la ucronía.
¿Alguna recomendación literaria sobre una historia ucrónica? Busquen El hombre en el castillo, de Philip K. Dick: gran narración sobre cómo sería el mundo si Alemania y Japón hubiesen ganado la Segunda Guerra Mundial.