Antes de sorprendernos por el incidente con España, recordemos que es la culminación de una política exterior guiada por la víscera, aplicando a contentillos principios diplomáticos según filias y fobias partidistas y orientado a darle protagonismo al presidente como actor central del acontecer político nacional.
¿Se ríen de López Obrador y de nosotros en el extranjero? Pongamos que sí, pero le resulta irrelevante mientras mantenga la atención del país, controlando así la víscera pública. Así funciona el populismo, dicho sea de paso: con un líder que encarna de manera creíble una idea que una mayoría acepta como “el pueblo”, y para legitimarse necesita constantemente la movilización de amigos y enemigos de la colectividad, para convertir todo acto de gobierno en parte de una gran narración épica.
Bajo esas premisas, López Obrador es un líder populista de manual: nada más, pero nada menos. ¿Ha tenido más éxito que otros pares? Eso no se debe totalmente a sus atributos, sino también a una oposición que nada representa, aparte de una simple reacción a cuanto dice y hace nuestro ejecutivo.
Por otra parte, y ante el alud de falacias cuyo objetivo es tratar de justificar el berrinche del presidente y sus consecuencias, solo cabe enfrentar el realismo: la existencia de un monarca en España sólo concierne al pueblo español, y en tanto que es jefe de Estado, el jefe de gobierno solo reaccionó ante una falla básica en los protocolos. Fuera de eso es cháchara militante, sea producida aquí o al otro lado del Atlántico.
¿Nos estamos aislando del resto del mundo, pero dignamente y en defensa de nuestra soberanía? Pensar así refleja la bancarrota intelectual en la que hemos caído, perdiendo márgenes de influencia a nivel internacional, pero con mucho orgullo. Ante esta disyuntiva, hay dos decisiones que deberá tomar Claudia Sheinbaum: una sensata y la otra congruente. ¿De qué tratan?
La sensata es reconocer que el espectáculo que montó López Obrador perjudica la imagen e intereses de México en el mundo, dañando nuestra confiabilidad y los márgenes de maniobra que podríamos tener ante cualquier negociación o eventualidad. Si los valores que representa nuestro país son la moralidad de una persona, sus filias y sus fobias, el poder suave también disminuye. Bajo este escenario, se espera que el equipo de la Dra. Sheinbaum esté operando desde ya para retejer las relaciones dañadas con buena parte del continente y España.
Por otra parte, la decisión congruente le daría más sustancia al discurso del segundo piso de la transformación: democratizar las relaciones exteriores. Dejemos de simular: ¿por qué no ampliamos el discurso de agravios históricos a todas las naciones, replanteando nuestra diplomacia? ¡Imaginen el gran avance que representará el dejar que la gente decida el modelo de diplomacia según nuestra historiografía de bronce, filiaciones ideológicas y estereotipos! El pueblo es sabio, ¿o no?
Democratizar nuestra diplomacia es hacerla comprensible al pueblo: rompamos relaciones con Reino Unido, Países Bajos, o Noruega, entre otros, por tener monarquías, pues al fin y al cabo son irrelevantes y costosas. ¿Francia? Nos deben una disculpa por la guerra de los pasteles y la intervención. De paso también Austria y Bélgica por Maximiliano y Carlota.
¿Por qué hablamos de renegociar el T-MEC si antes nos debieran devolver los gringos la mitad de nuestro territorio? ¿Nos compensaron económicamente por eso? ¡Entonces que pidan perdón por las certificaciones! Seguro encontraremos muchos otros agravios, reales o imaginarios, para literalmente medio mundo. ¿Paramos ahí? Dividamos al resto según las filias y fobias del gobierno.
¿Quedan países de los que apenas conocemos su nombre? Ahí están las oportunidades: en una de esas, acabaremos teniendo el nivel de prestigio internacional que éstos, logrando relaciones verdaderamente igualitarias.
Con toda esa información, sujetemos a consulta popular nuestras relaciones exteriores, así como el grado de colaboración que tendríamos con el mundo. Al contrario de la elección de ministros, magistrados y jueces, las historias que se pueden tejer son emocionantes. ¿En lugar de boletas nos darían cuadernillos? A quién le importa, si las boletas para el poder judicial se perfilan a ser incomprensibles. El chisme mueve a la civilización, al fin y al cabo, y ha resultado ser una gran herramienta de control político.
Podríamos incluso crear principios de política exterior a partir de estos elementos, como el respeto al republicanismo ajeno, o el combate frontal al neoliberalismo. López Obrador vivió su sexenio huyendo hacia adelante. ¿Por qué no podría hacer lo mismo su sucesora?