En estos días ocurrieron tres eventos que, aunque no tuvieron lugar de manera secuencial, ayudan a entender el reto que enfrenta la oposición si de verdad desea remontar rumbo a 2030.
Primero: el miércoles 16, el diputado Ricardo Monreal confirmó que ya estaba en marcha la propuesta que había hecho la presidenta Sheinbaum a las personas legisladoras sobre no solo legislar, sino también trabajar en territorio. El coordinador de Morena en San Lázaro explicó que se había reunido con Adán Augusto López y María Luisa Alcalde para discutir la estrategia. De esa forma, a partir de la próxima semana, personas diputadas y senadoras de Morena, PT y PVEM se reunirían para coordinar las visitas a comunidades, municipios y ejidos. El objetivo: informar sobre las reformas aprobadas, especialmente la Reforma Judicial.
En lo personal, creo firmemente que la reforma será un caos, pues se fundamenta sobre falacias, propaganda, sed de venganza y una gran dosis de fe en un liderazgo providencial. Sin embargo, aunque la gente podría rechazarla si entendiese sus implicaciones reales, goza de una gran popularidad porque su público las entiende, se siente incluido por el gobierno y, sobre todo, les resulta emocionante. Atribuir esa adhesión a una condición de “chairo”, o asumir que se debe a la existencia de becas y otros programas sociales, es no entender el peso emotivo del populismo.
Al entender esto, la segunda pregunta es: ¿qué ha estado haciendo la oposición para entender este discurso y atajarlo? Aquí va el segundo evento: el lunes pasado, se presentó un documento titulado Un punto de partida, donde se busca cambiar el rumbo que llevamos “sin exclusiones ni rencores”, terminando con el predominio de una sola voz de mando. Al parecer el diagnóstico es crudo y hasta “pegador” y las propuestas sensatas.
Sin embargo, hay un problema insalvable: el grupo está formado por exactamente las mismas personas sospechosas que forman la masa de “abajo firmantes” y se autoproclaman como “sociedad civil organizada” desde hace décadas. De esa forma, le ha sido fácil al gobierno tacharlos de “oposición moralmente derrotada” entre otros calificativos, mientras su capacidad para comunicar algo se limita a las gradas del antiobradorismo.
Si la oposición realmente desea remontar en lugar de administrar derrotas en tanto sus partidos conservan el registro, no solo debe entender las emociones que sustentan al populismo, sino requieren de lanzar una alternativa igual de emocionante. Pero para ello debe ser creíble. ¿Qué hacer? Cosas que no les convienen a los “abajo firmantes”: hacer autocrítica, apostar por la rotación generacional y de ahí, pedir perdón y retirarse a la vida privada.
¿Cómo debería ser autocrítica para ser creíble? Para explicarlo, vayamos al tercer evento: el mismo lunes, Santiago Creel dedicó su columna periodística para hacer algo que consideraba autocrítica. En realidad, era algo vago y genérico para haber sido responsable directo de la debacle que llevó al colapso de la transición democrática, tras haber sido secretario de Gobernación, precandidato a la Presidencia de la República, senador y estratega del CEN del PAN: teníamos buenas intenciones, pero tuvimos que negociar, fuimos omisos y bla, bla bla, y guara, guara, guara.
¿Qué debería tener una autocrítica para ser creíble? Dos cosas. La primera: que realmente cuestione lo que se hizo mal. Algunas ideas: se diseñaron órganos garantes de transparencia y control de datos personales que son referente mundial, pero no se invirtió en mecanismos eficaces de control político y rendición de cuentas. Nunca se hizo una narrativa convincente sobre los cambios que tuvieron lugar de los años ochenta a 2018, de tal forma que fue fácil el retorno del priísmo más atávico. Las reformas electorales se hicieron para complacer a perdedores en lugar de fomentar competitividad, haciendo que el sistema de partidos se convirtiera en un oligopolio, conocido como la “partidocracia”. Podríamos seguir con cada uno de los temas públicos.
La segunda: es imposible cambiar las percepciones si siguen las mismas personas desde hace décadas. Morena ha sabido apostar por poner nuevas caras desde 2018: algunas han permanecido y otras han sido fuegos fatuos, pero así es esto. En cambio, la oposición no ha posicionado un cuadro nuevo desde 2015. No creo que la juventud sea mejor ontológicamente, pero sí tengo claro que han entendido mejor lo que ha pasado, sus capacidades de comunicación son distintas y, sobre todo, no están contaminados por los excesos de la vieja clase política y por ello tampoco comparten los calificativos del oficialismo
¿Tendrá la oposición la capacidad para entender esto? Quizás no, pues a sus dirigencias les resulta más conveniente medrar de las prerrogativas partidistas. Si las nuevas generaciones no arrebatan, tendríamos un populismo de derecha cuando Morena se desgaste, por ahí de 2036 o 2042.